Sunday, 28 July 2019

El perfume me viene del este

Deja que suene la música mientras lees (clica el enlace): Benedictus - HAUSER


Un sábado de junio de 2008 escribí este pequeño relato


Todos los días me paseaba por el parque. Me encantaba sentarme en un banco que había descubierto en un lugar recóndito y frondoso.



Desde mi rincón
veía jugar a los niños,
correr a los jóvenes,
descansar a los ancianos.

Un día se sentó a mi lado un señor.
Había llegado por el camino del este, 
      desde más allá de la espesura.
Llevaba una rosa en la mano.
Me la ofreció.
Aspiré su aroma.

   Al día siguiente, el señor volvió y de nuevo se sentó conmigo. Y me dio la rosa que traía consigo.

   Como el señor venía todos los días con una rosa, se sentaba a mi lado y me la ofrecía, cuando llegaba la hora, yo ya le esperaba. Pronto me acostumbré a su compañía. 

   Dejé de fijarme en los niños que jugaban, en los jóvenes que corrían y en los ancianos que descansaban tomando el sol. Estaba pendiente del camino del este, por donde llegaba él. Me había prendado del señor, y era feliz porque él no faltaba nunca.

   Pero algo debió de pasar, pues sus visitas ya no eran tan frecuentes. Y a veces venía sin la rosa, y yo echaba de menos su perfume, y mi corazón penaba. Siempre estaba pendiente de su llegada, miraba hacia la derecha, hacia el camino del este, por donde él solía llegar.

   Me alegraba infinito cuando se acercaba, aunque a veces se olvidara de la rosa. Lloraba por dentro si el señor faltaba. 

   Estaba yo penando, con el corazón oprimido, cuando oí risitas a mi izquierda.
Y allí, de pie, a mi lado, un niño me miraba sonriente y sostenía una rosa en su mano. 



   Me la dio. Aspiré su perfume, y era igual que el de las rosas que me traía el señor.

   Entonces me fijé en que, detrás de él, se había formado una cola de personas de todas las edades, muchas de las cuales llevaban una rosa. Esperaban pacientemente a que les prestara atención, mientras yo, distraída, tan solo aguardaba la llegada del señor.

   Estaban junto a mí y yo ni siquiera había notado su presencia. El perfume de sus rosas era idéntico al de la que me daba cada día el señor. ¿Por qué, pues, seguía deseando su venida? ¿Por qué me afligía al ver que él ya no llegaba?



Si todas las rosas tenían el mismo perfume,
si me traían rosas del norte, del sur y del oeste,
¿por qué seguía esperando todavía
el perfume de la rosa que me venía del este?




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