Tuesday, 5 March 2019

Caminantes - Arreau

Deja que suene la música mientras lees (clica el enlace): Change We Must - Jon Anderson

Oona-a-aya, tamara ooha, shana too aya, lay mi
coming through wisdom
coming through freedom
coming together is love
giving me daytime
giving this nighttime
bringing within me, this love
I'm talking to the sea
I'm singing to the stars 
change we must
to live again

    Sábado, 24 de julio de 1982
  
Salieron temprano de Bagnères de Luchon. Enseguida empezó el ascenso al Col de Peyresourde. 



No debían de estar muy bien alimentados, porque les costaba subir, sentían flojedad en las piernas al caminar, sobre todo por las mañanas. Ingerían demasiados hidratos de carbono, pocas grasas y vitaminas, y menos proteínas. Y les estaba tocando a puerto por día, a veces más. Claro que, después de la cima, con sus hermosas vistas, empezaba el ansiado descenso.

Después de caminar 32 km, llegaron a Arreau, donde confluyen dos ríos, el Aure y el Louron.

Esa noche les dejaron pernoctar en un albergue de la juventud a pesar de no poder pagar lo poco que se les pedía. Fueron muy amables. Era un lugar agradable, con un patio interior de grava y una parte de jardín. Cenaron pan y pasas y otros frutos secos. Durmieron en una gran habitación con numerosas literas.

   Domingo, 25 de julio de 1982

El primer pueblo que encontraron se llamaba Aspin. En una tienda a pie de carretera, pidieron un poco de comida. El dueño, además de pan y queso, les ofreció una tableta de chocolate. Y les preguntó que qué bebidas deseaban. Los caminantes, asombrados, le dijeron que acostumbraban a beber agua de las fuentes y le dieron las gracias por su generosidad.
            
Pronto empezaron a subir el Col d'Aspin, un poco más bajo que el anterior, 1489 metros. El chocolate les proporcionó un extra de calorías. 



Hallaron almendros con frutos ya maduros caídos en el suelo. Comieron unas cuantas almendras, cascándolas allí mismo con una piedra. No las cogieron del árbol, sino del suelo.

Tenían la impresión de que la vida consistía en caminar, que no habían hecho otra cosa en toda su existencia y que seguirían caminando por los siglos de los siglos. No podían imaginar otro quehacer, tanto se habían sumergido en el presente. Además, hoy se cumplían dos semanas desde que salieran de la gran ciudad.
   
Después de andar 32 km, más o menos lo mismo que el día anterior, llegaron a Campan, donde decidieron hacer noche. Les dejaron dormir en el claustro de la iglesia. Abrieron la verja solo para ellos. 


Era una noche muy oscura y fría. Fueron a pedir periódicos viejos a un bar para extenderlos en el suelo de piedra del claustro, como habían visto hacer a los sin techo en la ciudad, con objeto de protegerse del frío.

Eligieron un lugar próximo a una enorme cruz. Les parecía que así estaban más acompañados. Pusieron los dos sacos de dormir muy juntos y los cubrieron con las dos mantas a cuadros, una encima de la otra. Y se vistieron toda la ropa que tenían. Así, bien abrigados, se durmieron.

La mujer se despertó en medio de la noche. En la parte opuesta a donde dormían había una gran puerta de madera que parecía ser una entrada a la iglesia. De los resquicios de la puerta salía un tenue resplandor. La mujer se acercó a mirar por el ojo de la cerradura: eran velas encendidas, muchas velas juntas, de esas que la gente deja arder como símbolo de sus deseos y plegarias.

En el centro del claustro se mecían algunos árboles, cuya silueta se recortaba contra la oscuridad del cielo. Todo el entorno era misterioso, dada la soledad y el silencio y el frío.

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