Deja que suene esta música mientras lees el texto (clica el enlace): Polorum Regina
Polorum regina omnium nostra
Stella matutina dele scelera
Ante partum virgo Deo gravida
Et in partu virgo Deo fecunda
Et post partum virgo mater enixa
Semper permansisti inviolata
Stella matutina dele scelera
Ante partum virgo Deo gravida
Et in partu virgo Deo fecunda
Et post partum virgo mater enixa
Semper permansisti inviolata
Mil novecientos ochenta y dos.
Eran las tres de la tarde de primeros de agosto.
Dos caminantes acababan de llegar a un pequeño pueblo de la Cataluña profunda. Ella tenía 39 años y el chico, su hijo, estaba a punto de cumplir los 18.
* * *
Hacía ya tres semanas que habían salido de la ciudad.
La mujer había dejado su empleo y el chico, sus estudios.
Iban en busca de...
No estaba muy claro lo que buscaban.
Habían repartido todos sus bienes: muebles, libros, discos, cintas.
No podían dar marcha atrás, solo les quedaba avanzar, avanzar caminando como dos peregrinos. Coincidía con una ola de calor y no habían previsto protegerse contra el sol. En la carretera secundaria que seguían había algunos árboles, no muchos. Ello les obligaba a correr de sombra en sombra para no coger una insolación.
En un hato liado que llevaban en bandolera, habían metido lo imprescindible: un saco de dormir, una manta a cuadros, una chaqueta de abrigo, una muda limpia. Cepillo y pasta de dientes, peine, jabón. Un libro de las sagradas escrituras y otro de canto gregoriano. Ella vestía una falda larga, amarilla, de florecitas y el chico se había puesto vaqueros. Los dos llevaban una camiseta, siempre sudada por el calor. Antes de entrar en el pueblo donde pasarían la noche, se ponían la otra camiseta, limpia y seca.
Todos los días se levantaban muy temprano por la mañana para ponerse en marcha. Era agradable el olor de los campos húmedos por el rocío. Antes de salir de un pueblo pedían pan en una casa. Solían darles pan y alguna cosa más, como queso, jamón, fruta, leche recién ordeñada. No aceptaban dinero.
Según los pueblos, oían misa por la mañana antes de salir, o por la noche al llegar al pueblo siguiente. Caminaban un promedio de 20 kilómetros por día. Durante el camino pedían de beber o de comer en las masías.
A veces encontraban una fuente a pie de carretera, o tenían que descalzarse para vadear un riachuelo. Les gustaba sentarse en una roca con los pies en el agua, para descansar.
Había infinidad de moscas, ese verano tan caluroso. El paisaje iba cambiando poco a poco a medida que avanzaban. Miraban hacia atrás para ver las montañas que ya habían cruzado, o hacia delante para ver las que todavía quedaban por cruzar.
Tuvieron que pasar por un túnel bastante largo. Desde la entrada no se veía la salida. No llevaban linterna para alumbrar el camino. Se oía el agua resbalar por las paredes del túnel. Ni siquiera sabían dónde ponían los pies. Temían tropezar. Negrura completa. Sentían angustia. No tenían escapatoria si pasaba un coche con un conductor malintencionado.
Llegaron sanos y salvos a la salida del túnel.
Estaban ya cerca del valle de Arán. Pensaban entrar en Francia. La frontera les producía desasosiego. Les habían dicho que no dejaban pasar a gente sin dinero.
Encontraron lluvia y alguna tormenta sin tener donde guarecerse. Un atardecer fue terrible. La tormenta se presentó de improviso, lejos aún del pueblo a donde tenían previsto llegar esa noche.
Fue una tormenta muy fuerte, acompañada de rayos y truenos y granizo. Temblaban de frío y de miedo. El espectáculo era impresionante, allí solos, en el monte. Avanzaban con dificultad, completamente mojados, la ropa pegada al cuerpo. La oscuridad iba en aumento. Se paró un coche y les llevó hasta el próximo pueblo. Entraron en el bar, junto a la carretera. Los dueños les dieron cena caliente y cobijo.
A veces tenían que dormir al raso, en el suelo, bajo algunos soportales o en el claustro de una iglesia. Otras, les dejaban dormir en un garaje o en el porche de una casa particular. También había quien les abría las puertas de su casa para pasar la noche.
* * *
El pueblo de la Cataluña profunda era pequeño y a esa hora, las tres de la tarde, parecía dormido. En seguida localizaron la iglesia. Estaba abierta. Vacía.
Vieron que la lamparita de aceite estaba encendida, señal inequívoca de la presencia del santísimo en el sagrario.
Conscientes de la presencia, se sentaron, rendidos, en uno de los primeros bancos centrales, muy cerca del altar.
Dejaron el hato en el suelo, a un lado.
Estiraron las piernas.
Se pusieron a recordar anécdotas de días anteriores.
¡Cómo se reían, recordando!
Igual que niños pequeños.
Era una iglesia extraña.
La parte central era muy amplia y sumamente luminosa.
Y había pajaritos revoloteando.
Pájaros pequeños como los gorriones.
Volaban, piaban alegres, se posaban en los bancos y en el retablo de madera situado detrás del altar.
¡Extraño!
¡Pájaros en una iglesia!
Debían de vivir en ella, pues tanto en los bancos como en el suelo había señales de la presencia habitual de pájaros en el recinto.
La mujer y el chico estuvieron descansando algo así como una hora. Finalmente, decidieron reemprender la marcha.
Antes de salir se dispusieron a consultar las escrituras.
Habían adquirido esa costumbre.
Abrieron el libro al azar, y salió la página 1197.
Memorizaron la última cifra, el 7.
Volvieron a abrir el libro, ahora por la página 847.
Otra vez el 7.
La tercera vez que lo abrieron, fue por la página 423.
Se quedaron con el 3.
Por lo tanto, la página que debían consultar era la 773.
La buscaron, y allí estaba el salmo 84, que dice así:
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío.
Sant Jaume escriu: «Tu tens fe i jo tinc obres; mostra'm, sense les obres, que tens fe, i jo, amb les obres, et mostraré la meva fe.»
ReplyDelete«La dona i el noi» semblen donar testimoni d’aquest haver-se posat en camí cap a les obres mostrant amb el peregrinatge de manera molt lluminosa la seva fe.