Saturday, 23 March 2019

Tortosa - La casa de los gatos

Deja que suene la música mientras lees (clica el enlace): Spiegel im Spiegel - Arvo Pärt


      Invierno de 1982  - 1983

Los días muy fríos de invierno, cuando lucía el sol, los caminantes subían a la parte más alta de la ciudad, situada detrás del convento, en donde descubrieron un rincón acogedor y despejado desde el que se divisaba a sus pies la ciudad, el río Ebro, el valle entero y, a lo lejos, los Puertos de Tortosa-Beceite, que separan las provincias de Tarragona, Teruel y Castellón.

Ports de Tortosa-Beseit desde la parte alta de la ciudad de Tortosa

Se sentaban en aquel lugar, largo rato, contemplando. Era un paisaje sobrecogedor, majestuoso. Desde lo hondo de la mujer brotaban lentamente las palabras de una canción:

           Santo, Santo, Santo
           Señor, Dios del universo.
           Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
                   Santo
                   Santo
                   Santo


            Primavera de 1983

En la subida a Santa Clara, a la altura del convento y al otro lado de la calle, vivía una señora que sentía predilección por los gatos abandonados de la calle. La señora les preparaba pequeñas vasijas de plástico con agua y restos de comida.



Era propietaria de la casa que colindaba con el convento. Una casa abandonada en cuyo portal cerrado había practicado un agujero para que los gatos se refugiaran en ella. 

Al darse cuenta de que los caminantes subían cada día al convento para ayudar a las monjas, participar de la liturgia y estar en la iglesia, entabló conversación con ellos:
      Venís cada día de muy lejos, ¿verdad?
      Sí, desde el otro lado del río.
      Soy propietaria de la casa de enfrente. Os dejo el primer piso. Podéis dormir en él y así no tendréis que subir cada mañana esta cuesta tan empinada. El piso está muy deteriorado, pero vosotros podéis arreglarlo un poco.

Les enseñó la casa. Estaba ruinosa. Faltaban peldaños. No había agua corriente, aunque sí luz eléctrica. Irían a buscar agua a una fuente cercana. El piso que les ofrecía era lúgubre. Muchas habitaciones, sin muebles, algunas incluso con el suelo agujereado, a través del cual se veían los bajos, llenos de escombros y de gatos. El segundo piso estaba restaurado, pero era para una hija de la señora, que ahora vivía en el extranjero. En la parte más alta del edificio, un pequeño desván, también restaurado, y una terraza. Serían libres de subir al desván, no estaba cerrado con llave.

Los caminantes pudieron dejar el ático de Ferrerías y quedarse a dormir en el primer piso de la casa de los gatos. Ya se habían acostumbrado a dormir en el suelo, que les parecía el más mullido de los colchones. Por los agujeros del piso subían los felinos y se aposentaban por toda la casa. Huían saltando despavoridos cuando se acercaba alguien, emitiendo sonoros maullidos que dejaban los pelos de punta a la mujer y al chico.

Cuando llegó el verano, los caminantes pidieron a la propietaria que les dejara dormir en el desván. El techo era de uralita y la habitación se calentaba como un horno, pero, como mínimo, hasta allí no llegaban los gatos. Se acostumbraron a dormir fuera, en la terraza, bajo las estrellas. Solo de vez en cuando tenían que entrar corriendo si empezaba a llover en medio de la noche. Desde la terraza se veía el patio del convento, tan cerca estaban.

En primer plano, la verja y la bougainvillea del jardín del convento. 
En segundo plano, la terraza y el desván de la casa de los gatos.


           Mediados de verano de 1983

Iba a cumplirse un año desde su llegada a Tortosa. El chico estaba ya cerca de los 19 años. 

De pronto, cuando menos se lo esperaban, las clarisas les dieron la buena noticia de que ya podían dormir en la habitación exterior del convento; el obispo de Tortosa había dado por fin su permiso a las monjas.

Eufóricos, abandonaron la casa de los gatos y se instalaron en Santa Clara. Esta vez las monjas ya pudieron entregarles la llave del portalón. A partir de entonces, la mujer y el chico serían los encargados de abrir por la mañana y cerrar al anochecer la entrada al patio de las palmeras.


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