Saturday, 16 March 2019

Juegos en el fondo del mar

Deja que suene la música mientras lees (clica el enlace): Inanna - Armand Amar


Siempre me ha gustado sumergirme en el mar, nadar bajo el agua, bucear.

Creo que tenía una capacidad pulmonar superior a la normal.

Cuando era muy joven, en L'Escala, me gustaba alardear de ello. Si estaba con amigos en las rocas, me tiraba de cabeza y nadaba lejos, lejos, sabiendo que estarían preocupados porque no reaparecía. Aguantaba todo lo que podía y, al final, me daba la vuelta todavía debajo del agua para salir mirando hacia los que se habían quedado en las rocas y ver qué hacían. 

Y, efectivamente, los veía levantados con mirada atenta para ver si salía o no por alguna parte. Era de las pocas cosas que sabía hacer mejor que la mayoría.

Ya de mayor, en Cala Montgó

Ya de mayor, muy cerca de los 40 años, en Llançà, me inventé un juego en solitario. Bajaba en picado al fondo del mar. A veces era de arena


Otras, de rocas y algas.


No llevaba gafas para sumergirme, me gustaba demasiado sentir el agua en los ojos, en la nariz, en el cabello. En cambio, sí que me ponía patas de rana, para adquirir velocidad.

Me estaba un rato en el fondo, fijándome. Todo se veía desdibujado, turbio, sombrío. 


Me arrimaba a las rocas del fondo


Me paseaba frente a las algas oscilantes


Levantaba lentamente la vista, y reparaba en la claridad que venía de lo alto.


Desde el fondo se veía la superficie como si fuese un techo de cristal. 


Era precioso. Un techo de agua a través del cual brillaba el sol, tamizado. Y entonces subía a la superficie.

Podía subir despacio, saboreando el camino de vuelta a la plenitud luminosa que se transparentaba.

O bien subir dándome impulso y rompiendo la superficie con los brazos en alto para abrazar el aire y alcanzar el sol.


Era un gesto simbólico y yo era consciente de lo que significaba.
   Lo repetía hasta quedar agotada y feliz.
   Tenía la intuición de que el gesto era poderoso.
   Porque era la expresión de un deseo.
El deseo de por sí ya era potente, todos los deseos tienen fuerza para incidir en la realidad. Pero si el deseo va acompañado de un gesto, su fuerza se multiplica. Y yo lo sabía y estaba encantada.

Tenía la sensación de que algo inminente estaba a punto de suceder. Que se estaba gestando un futuro nuevo.

Pero también podía ser al revés, que ese futuro nuevo que ya asomaba fuese el motor de mi gesto y de la alegría que sentía.
  
En todo caso, seguro que algo se produciría en mi vida que iba a cambiarla. 

¿Era un juego premonitorio? 
¿Hacía yo aquel gesto porque intuía un cambio inminente?
O, por el contrario, ¿el cambio se produjo porque yo lo deseaba y potenciaba mi deseo con el gesto? 
¿Qué fue primero, mi gesto o la intuición del cambio?

Pensaba que primero había surgido el deseo, que lo había reforzado con un gesto y que, juntos, habían desencadenado un cambio.

Pero también podría haber sucedido al revés, que intuyese el cambio aún por venir y la intuición despertase el deseo, arropado con el gesto.

En los dos casos, el presente y el futuro estaban estrechamente vinculados.    

¿O creéis que los dos hechos no guardan relación, que el deseo no desencadenó el cambio, ni el cambio inminente provocó el deseo? 

¿Pensáis que todo fue casualidad? 


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