Wednesday, 6 March 2019

Caminantes - El drama de Didier

Deja que suene la música mientras lees (clica el enlace): La petite fille de la mer - Vangelis

     Martes, 27 de julio de 1982

El campus de Pax Christi constaba de pequeños pabellones. Algunos eran para los dormitorios. Otro, para el comedor y la cocina. Entre ellos había césped, árboles, bancos. La gente se sentaba a charlar y a contarse su historia. Casi todos tenían una historia que contar.

Abundaba la gente muy joven, adolescentes de casas acomodadas. Llevaban dinero de bolsillo. Si no les gustaba la comida del campus, la dejaban en el plato y luego se compraban golosinas. Hacía daño a la vista ver la cantidad de buena comida que se tiraba a la basura. El director del campus se sentía visiblemente contrariado al respecto.
  
Lo normal era ayudar a lavar los platos.

Estaban la mujer y el chico comiendo a la mesa, una mesa de muchos comensales, cuando el director, Didier, se paró frente a ellos y les dijo:
  Cuando terminéis de lavar los platos, venid a mi cuarto a charlar.
  
Una vez en su cuarto, Didier les rogó que tomaran asiento y se interesó por su historia. Ellos le explicaron cómo habían salido de la gran ciudad y en qué circunstancias hacían camino y lo que buscaban.
  
Didier preguntó a la mujer:
  ¿Dónde está tu marido?
  Hará unos diez años ya que vivimos separados, en distintas ciudades. No es una separación legal, sino de hecho. A él le da lo mismo lo que yo haga, no le importa el rumbo que yo le dé a mi vida.
  ¿Os veis?
  Sí, los fines de semana. Él viene a nuestra ciudad para visitar a su hijo. Otras veces vamos nosotros a la suya.
  ¿Te ayuda económicamente?
  No, dice que no tiene suficiente.
   
Dirigiéndose al chico:
  ¿Y qué dice tu padre? ¿Cómo reaccionó ante tu marcha?
  Bueno, le da un poco de rabia. Antes de marcharme, me invitó a pasar unos días en su casa. Intentó convencerme de que me quedase con él. Pero yo preferí ponerme en camino. Mi madre y yo hicimos un pequeño acto simbólico el chico reía mientras lo recordabanos atamos un lazo que unía mi muñeca con la de ella. Era el lazo de nuestra relación madre-hijo. Entonces cortamos el lazo y, en una iglesia, delante del santísimo, para dar más solemnidad al acto, establecimos un nuevo lazo que simbolizaba la relación de compañeros de viaje.

  ¿Así que lo que buscáis es un nuevo lugar donde vivir, un nuevo comienzo, quizá una comunidad rural...?
  Sí, y hay otra cosa aclara la mujer. —Un día, en mi ciudad, entré en una iglesia. Estaban en plena misa. Me puse en el último banco. De pronto me di cuenta de la frialdad de la celebración, de la automatización de las respuestas, de las caras de aburrimiento de los asistentes; daba la impresión de que era una rutina. Y me entró una pena tan profunda que me puse a llorar. Soy bastante llorona, pero también me río mucho. En fin, una exagerada en sentimientos. Se terminó la misa, se fue la gente, y yo seguía en el último banco, llorando sin parar. Vino el sacristán a decirme que iba a cerrar la iglesia. Salí, llorando aún. Me ha quedado el convencimiento de que hay poca fe. Ni siquiera los que van a misa tienen fe. Ahora que yo, después de tantos años, he vuelto a la iglesia, resulta que la iglesia está vacía, pocos creen. Por eso vinimos a pedir el resurgimiento de la fe. Y también están las señales.
  ¿Las señales?
  Sí. Señales que me animaban a partir. Por ejemplo, fui a comunicar mis planes a un sacerdote, para que me aconsejara. Él se horrorizó, me dijo que era una temeridad querer dejar mi trabajo cuando era tan difícil encontrar un empleo. Que tenía que pensar en mi hijo, no solo en mí. Salí del despacho parroquial con la moral por los suelos. El sacerdote tenía razón y yo era una insensata. Iba por la calle con estos pensamientos, cuando oigo: "¡Niña..., niña...!". Me di la vuelta y vi a una viejecita, muy viejecita, que me llamaba. Me acerqué a ver qué quería. Me dice: "¿Buscas trabajo? Mira, en ese restaurante necesitan una camarera... ¿te interesa?". Fue tan extraño... 
  Y cuando estábamos pensando en ir a Lourdes, pero nadie más lo sabía, solo nosotros dos, empiezo a recibir cartas de un hermano mío que vive a 700 km de mi ciudad, con el que apenas me hablo, y en las cartas me enviaba recortes de revistas con la imagen de la Virgen de Lourdes, sin venir a cuento. Señales como estas, a montones.
  Por otra parte, tanto en la elección de pareja como en mi vida profesional, me he dejado guiar por una escala de valores errónea, cuya posición más alta la ocupaba la inteligencia. Ahora me he dado cuenta de mis errores y quisiera enmendarlos, dando más valor a la bondad y a la ternura.
  Hasta ahora he tenido una profesión intelectual de cara al público que me exigía un esfuerzo descomunal debido a las características de mi temperamento, tímido e introvertido.
   Y en este momento espero encontrar una manera de ganarme la vida más razonable, más acorde con mi manera de ser, en la que no tenga que violentarme tanto.

 Y tú, ¿también te sientes insatisfecho?, le pregunta al chico.
 Yo he tenido dificultades con los estudios. Durante el primer año de BUP, empecé a faltar a clase sin decírselo a mi madre. Hasta que un día no pude más y se lo confesé, con lágrimas en los ojos. Ella se lo tomó en serio y no quiso forzarme. Ese curso no fui más al instituto, y mi madre me daba clases. Me hacía leer libros en francés para aprender el idioma, me enseñaba matemáticas y me dictaba textos en castellano para progresar en ortografía. Mientras tanto nos íbamos informando sobre las distintas alternativas y pensando en qué estudios serían los más apropiados para mí. El curso siguiente me matriculé en la escuela de hostelería, rama Cocina. De ser uno de los últimos de la clase en BUP, pasé a ser uno de los primeros en la nueva escuela, creciendo así mi autoestima.
  Sin embargo, tampoco me veo en el ambiente profesional típico para el que me están formando. Así que también tengo la esperanza de encontrar un sitio para mí en la sociedad.

La mujer pensó que ya habían hablado demasiado de su vida. Por eso empezó a hacer ella las preguntas.
 ¿Y tú, Didier? Explícanos algo de ti.
 Pues yo estoy casado. Vivo aquí, en Lourdes. El trabajo que llevo a cabo en Pax Christi es voluntario, no remunerado. Pero es solo durante el verano. Luego se cierra la temporada.
  Acabamos de tener un hijo, nuestro segundo hijo. Mirad, el jueves lo bautizamos. Y quiero invitaros. Vosotros seréis los únicos invitados. Vendréis conmigo en el coche.
  
Y así quedaron, para el jueves.
  
Durante los días que permanecieron en el campus, iban a visitar la gruta. Bebían agua del manantial que nacía en la roca. Asistían a misa, a veces en castellano, otras en francés. Misas multitudinarias en las que se juntaban sacerdotes y fieles de diferentes países. Participaban en procesiones, como la del santísimo, con la bendición a los enfermos. Y al anochecer iban a la procesión de las velas, que era una maravilla. 



Una fila inacabable de personas con sus antorchas encendidas, cantando todos juntos... Allí sí que daba la impresión de que la gente creía. Gente de todas partes, de distintas naciones, cada uno con su lengua, todos unidos. Era consolador.

Llegó el jueves, 29 de julio, día del bautizo del bebé. Fueron en el coche a una pequeña iglesia de pueblo. Solo estaban los padres con sus dos hijos, los padrinos y los dos caminantes, vestidos como siempre, ella con su falda hippie de florecitas amarillas y una camiseta lila, él con sus vaqueros descoloridos y una camiseta azul, la misma ropa con la que habían salido de la gran ciudad. 
  
Entonces entendieron el gran drama de Didier: el hijo mayor, de unos 5 años de edad, era subnormal profundo.
             

No comments:

Post a Comment