Deja que suene esta música mientras lees (clica el enlace): Brother - Kumharas
Martes, día 20 de julio de 1982
Habían hecho noche en Esterri d'Aneu. Se levantaron tempranito. Ese día tenían previsto llegar hasta Salardú, para lo cual debían caminar unos 40 km y atravesar el puerto de la Bonaigua.
El hecho de pasar todo el día inmersos en la naturaleza, caminando por las montañas y saboreando su grandiosidad, les iba cambiando la manera de ser y de interpretar el universo.
Para ellos, la humanidad había quedado dividida en dos partes: los necesitados de ayuda y los que proporcionan ayuda a los necesitados. Hasta entonces, los dos caminantes habían pertenecido al grupo de las personas que tienen para vivir y les sobra. Ahora habían decidido formar parte de los que nada tienen, de los necesitados, y podrían comprender lo que se siente desde el otro bando.
Sin darse ellos cuenta, habían elaborado un código ético:
- Tener un mínimo de necesidades.
- Pedir solo cuando y lo que se necesita.
- No almacenar.
- No tirar nunca nada de lo que les daban.
- Emitir buenas vibraciones hacia quienes les ayudaba, y también hacia quienes no lo hacían.
Una sola vez quebrantaron estas reglas. Fue cuando, en una masía, les dieron pan con una gruesa tajada de panceta cruda. Se sentaron en un bosque a comer el pan con panceta. No estaban acostumbrados a la panceta cruda. Les costaba cortarla con los dientes, era correosa, como chicle. Les producía repugnancia. Ese día, sintiéndose culpables, tiraron un pequeño trozo de panceta que no fueron capaces de tragar.
Llegaron a la cima del puerto. Era un lugar inhóspito. Hacía frío, pues está a 2072 metros de altitud sobre el nivel del mar. Un poco más adelante, contemplaron la vista que se abrió ante ellos, la entrada al valle de Arán, e iniciaron el descenso.
Tras andar muchos kilómetros, ya cansados, vieron a lo lejos un conjunto de edificios y pensaron que ya faltaba poco para Salardú. Se iban acercando, pero aquel no era un pueblo convencional, más bien parecía una ciudad con grandes edificios. Y cuando recorrieron sus calles, comprobaron atónitos que no había nadie, estaba desierto. Era como una ciudad fantasma.
Uno de los edificios tenía luz en la planta baja. La puerta de cristal estaba abierta. Entraron. Tampoco había nadie, ni portero, ni conserje ni punto de información. Salieron del edificio y dejaron el pueblo, extrañados.
Siguieron caminando... En una recta se paró un jeep. Los ocupantes les invitaron a sentarse en la parte trasera, que iba abierta como una furgoneta. La mujer y el chico se subieron. Les hicieron sitio en dos bancos laterales ocupados por algunos hombres. Eran trabajadores que habían terminado su jornada. Los hombres explicaron a los caminantes que el pueblo fantasma que habían dejado atrás era Vaquèira (o Baqueira), centro turístico de invierno, casi vacío en esa época del año.
Pasando de largo Salardú, les dejaron en Vielha, capital del valle de Arán. Gracias a la amabilidad de los trabajadores, ese día habían recorrido 46 km, de los cuales, 34 a pie.
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