Septiembre de 1982
Junto al Ebro, en el palacio episcopal, vivía el obispo de Tortosa, Ricard Maria Carles.
Ricard Maria Carles, obispo de Tortosa en 1982
Era valenciano. Había sido consagrado obispo de Tortosa en 1969 y ahora tenía 56 años. En la Conferencia Episcopal Española era presidente de la subcomisión para la Familia. El 23 de marzo de 1990 será nombrado arzobispo de Barcelona y, en noviembre de 1994, cardenal.
Cuando las monjas de Santa Clara le informaron de sus planes para albergar a los caminantes en la habitación exterior del convento, el obispo no dio su permiso:
—La mujer, si está casada, que viva con su marido.
¿Cómo iba ella a volver con su marido? Hacía más de diez años que vivían separados, en ciudades distintas. Había buenas relaciones entre ambos, pero sus vidas eran independientes. Las monjas estaban desoladas cuando comunicaron la noticia a los caminantes, que intentaron consolarlas.
—No os preocupéis. Nosotros cumpliremos nuestra parte del trato. Y más aún. Haremos por vosotras todo lo que necesitéis.
De modo que, cada día, a las dos entraban en la iglesia de las clarisas para que las hermanas pudieran comer en comunidad. Ellas, por su parte, entregaron la llave del cuarto a los caminantes. Podían ocupar la habitación durante el día y debían abandonarla por la noche.
Al cabo de unos días, un desconocido, una persona anónima, cedió un piso deshabitado a los caminantes. Estaba al otro lado del río, en el barrio de Ferrerías, hacia la derecha de la iglesia del Roser.
Parroquia del Roser
Era un ático muy pequeño y destartalado, con una terraza orientada al oeste, hacia las puestas de sol. Medía unos 20 metros cuadrados. La cocina, el comedor y el recibidor eran una sola pieza. Tenía una habitación y un pequeño reducto a un nivel más alto. Tras una puerta, con el aspecto de armario empotrado, había un retrete como aquellos antiguos, con un agujero practicado en un banco de madera, y una tapa.
El párroco de Ferrerías les dio pintura blanca para la habitación, cuyas paredes estaban deterioradas. Les proporcionó también una mesa redonda y dos sillas, así como dos grandes tablas de madera de 70 x 180 cm que les aislaran del suelo a modo de cama. El fogón era de leña o carbón. No lo utilizaron. Siguieron comiendo frío.
Solo estaban en el piso para dormir. El resto del día lo pasaban en casa de la señora Teresa y en el convento de Santa Clara. Se levantaban antes de la salida del sol para asistir a Laudes y a misa en el convento. Atravesaban el puente con el despuntar del día. Solía soplar el mestral. Ese año de 1982, fue muy lluvioso y frío. Alguien les dio paraguas. A veces el piso del puente estaba helado, se agarraban a las barandillas para no resbalar. Era grande la belleza del río a aquella hora temprana. La ciudad aún dormía.
Hacia las dos, después de atender a la señora Teresa, subían de nuevo al convento de las clarisas:
Escaleras y portalón de entrada a la izquierda
En él pasaban toda la tarde.
Convento de Santa Clara
La puerta situada más a la izquierda del patio era la de la iglesia. En el banco se sentaban a menudo a tomar el sol en los fríos días de invierno. No había calefacción ni estufas.
Iban cada vez más embutidos en jerseys y chaquetas de lana que les ofrecían. Una señora se brindó a renovarles el calzado, pues iban con sandalias. Entró con la mujer en una zapatería para comprarle chirucas. El chico se opuso, quería hacer como las clarisas, que usaban sandalias todo el año.
La segunda era la puerta principal del convento. Había un recibidor con el torno, a través del cual se podía hablar con las monjas, sin verles la cara. Por una empinada escalera se accedía a pequeños y bastante sombríos locutorios, con rejas que separaban las monjas de los visitantes.
La tercera puerta daba a la huerta. Determinados días de la semana entraba por ella el hortelano. Se encargaba de las faenas más pesadas, como la poda de frutales y la preparación de la tierra. También el chico solía entrar para echarle una mano. La mujer se sentía frustrada porque no la dejaban participar en las faenas de la huerta.
Segunda fachada que delimita el patio
La puerta izquierda de la segunda fachada era la del cuarto de los caminantes. Medía unos 3 x 4 metros cuadrados, incluido el lavabo, al fondo. El único mueble era una antigua mesita de noche. Ni camas ni sillas. Los caminantes se sentaban en el escalón de entrada del cuarto, la puerta siempre abierta.
La última puerta daba a un gran locutorio y a habitaciones reservadas para familiares o invitados.
Verja que da al jardín
El tercer lado del rectángulo del patio tenía una pequeña verja que se podía abrir y daba a un jardín muy abandonado en el que crecían, desordenadas, matas de bellas de noche y grandes girasoles. Los caminantes también cuidaban las flores del jardín.
El suelo del patio estaba empedrado, y entre los resquicios crecían malas hierbas. A petición de las monjas, los caminantes se encargaron de arrancarlas para mantener limpio el patio.
El patio estaba delimitado por el muro de cerramiento, que describía una pequeña curva. El muro, con su portalón de madera, pasaba por detrás de las tres palmeras.
En el patio del convento, tres palmeras
Da pacem Domine
ReplyDeletein diebus nostris
Quia non est alius
Qui pro nobis
Nisi tu Deus noster
Fiat pax in virtute tua
et abundantia in turribus tuis
Da pacem Domine
in diebus nostris
Quia non est alius
Qui pro nobis
Nisi tu Deus noster
Propter fratres meos
et proximos meos
loquebar pacem de te
Da pacem Domine
in diebus nostris
Quia non est alius
Qui pro nobis
Nisi tu Deus noster
Propter domum Domini Dei nostri
quaesivi bona tibi
Da pacem Domine
in diebus nostris
Quia non est alius
Qui pro nobis
Nisi tu Deus noster
Rogate quae ad pacem sunt Jerusalem
et abundantia diligentibus te
Da pacem Domine
in diebus nostris
Quia non est alius
Qui pro nobis
Nisi tu Deus noster
Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto
sicut erat in principio et nunc et semper
et in saecula saeculorum
Amen
Da pacem Domine
in diebus nostris
Quia non est alius
Qui pro nobis
Nisi tu Deus noster