Monday, 4 March 2019

Caminantes - Hacia Bossòst


Deja que suene esta música mientras lees el texto (clica el enlace): Douce Dame Jolie - Virelai
                 

    Jueves, 22 de julio de 1982

La carretera de Vielha a Bossòst discurría paralela a un río. Serían las cinco o las seis de la tarde (no llevaban reloj), cuando se pararon a descansar al borde del río; al chico le apeteció muchísimo meterse en el agua, tranquila y clara. Como no tenía bañador, se puso a nadar en calzoncillos. La mujer, sentada en la orilla, le contemplaba, contenta de verle disfrutar.

El chico había sido toda su vida un pequeño pagano. Estaba bautizado, eso sí, porque cuando nació, su madre aún creía. Pero la fe de la madre se había apagado de golpe, como de golpe se apaga la llama de una vela.
El niño, a los siete años, le preguntó: 
¿Por qué no hago la primera comunión como los otros niños del colegio?
Si lo que te hace ilusión es la fiesta, podemos celebrar una fiesta sin que hagas la primera comunión. Si lo que deseas son los regalos, yo puedo hacerte regalos sin que hagas la primera comunión. Si tienes ganas de vestirte con un traje especial, te compraré un traje nuevo sin que hagas la primera comunión. Si lo que quieres es probar el pan de ángel, podemos ir ahora mismo a un convento de monjas de clausura, donde fabrican ese pan, les compramos una bolsa y te lo comes. Pero si lo que verdaderamente deseas es comulgar, primero debes creer que el hijo de Dios se esconde en el pan de ángel. Si lo crees, yo te explico todo lo que necesitas saber, entramos un día cualquiera en una iglesia, asistimos a la misa y tú comulgas, pero sin fiesta, sin regalos, sin un vestido especial.

El niño se animó ante la idea de probar el pan de ángel, y fueron a comprar una bolsita en el convento. Toda una aventura, porque una voz femenina salía del otro lado de una pared de madera. Había que poner el dinero en una bandeja empotrada en la pared. La bandeja desaparecía, girando hacia el interior de la pared, y reaparecía por el otro lado, portando una flamante bolsa de recortes de pan de ángel. Se fueron a pasear por las ramblas mientras abrían la bolsa. El primer recorte de pan se le quedó enganchado al paladar y no supo cómo despegarlo. Le entraron arcadas y no quiso comer más. Se lo tuvo que terminar la mujer que, una vez en casa, lo hizo tostar en una sartén, sin aceite ni nada. El pan quedó buenísimo, crujiente. 

Y de la primera comunión no se volvió a hablar hasta que el chico cumplió 17 años. Entonces hizo la primera comunión, sin fiesta, sin vestido especial, sin regalos, creyendo que el hijo de Dios se escondía en el pan de ángel consagrado.

Ahora, mientras contemplaba al chico, la mujer se sentía algo inquieta, pues no sabía cuánto faltaba para llegar al pueblo, ni a qué hora sería la misa. Cuando el chico se cansó de nadar, como tampoco llevaban toalla, esperó a que el aire le secara la piel. Se puso los pantalones sin los calzoncillos. Ya se secarían durante el camino.



Andaban cada vez más rápidos, ansiosos por llegar temprano al pueblo. ¡Qué larga se les hizo la caminata! Desde lejos localizaron la iglesia. La puerta estaba abierta. Había gente en los bancos y el sacerdote celebraba la misa.

Entraron sin aminorar la marcha. Avanzaban con paso rápido por el pasillo central, cuando de pronto oyeron la voz del sacerdote que decía:
  
  "No estéis preocupados por lo que habéis de comer para vivir, ni por la ropa con que habéis de cubrir vuestro cuerpo." 

Se detuvieron en seco, asombrados, pues las palabras parecían dirigidas a ellos. Enseguida se dieron cuenta de que habían entrado en la iglesia justo en el momento del evangelio, cuando el sacerdote proclamaba el texto sagrado, y coincidió que, ese día, en ese momento, tocaba leer ese pasaje de Lucas. 

   "Fijaos en los cuervos: no siembran, ni siegan, ni tienen almacén ni granero. Sin embargo, Dios les da de comer. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!"

Hicieron noche en Bossòst. Les dieron fruta, bizcocho y una botella de leche. Les dejaron dormir bajo el porche de entrada de una casa en la que no habitaba nadie. Ese día solo habían caminado 16 km.

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