Monday, 11 March 2019

Caminantes - Se perfila la nueva ruta

Deja que suene esta música mientras lees (clica el enlace): Canon, Pachelbel - Lyre


    Sábado, 14 de agosto de 1982

El despertador sonó puntual. Aún era de noche.

La mujer, que era muy golosa, no hacía más que pensar en el chocolate que les habían dado para el desayuno. No pudo esperar, se comió su parte durante el camino hacia Huesca. ¡Qué placer! Caminar de noche, bajo las estrellas, ver el cielo clarear hacia el este y saborear el chocolate...

El chico prefirió guardarse su porción para después.

Tras la misa matutina, cogieron la carretera que va de Huesca a Lérida. Tardarían cuatro días en llegar a Lérida, haciendo noche en Angüés, Barbastro y Binéfar.
  
Llegada a Angüés

  —Hoy todo el día me estoy acordando de la Madre Magdalena, ya sabes, aquella profesora que tuve en el internado de Valladolid. Tú la conociste, pero eras tan pequeño..., ¿la recuerdas?
  —Sí, vagamente.
  —¿Cuántos años tenías?
  —Cuatro.
  —Fuimos a Madrid a ver a mis hermanos y nos acercamos al colegio Jesús Maestro. Ella nos llevó a su despacho, abrió una portezuela de su escritorio y te dio una caja de galletas.
  —Era metálica, de vivos colores.
  —Pues yo conocí a la Madre a los 10 años, cuando llegó nueva al colegio. Era catalana, de Calafell. Muy inteligente. Tenía una mirada dulce y una sonrisa enigmática. 
  Un día fuimos todas las internas a una excursión a ver a la Virgen del Henar. Yo era de las más pequeñas. En una arboleda había una ermita miniatura. Se subía por unas escaleras y en lo alto estaba la estatuilla de la Virgen. Las niñas hacían cola para subir y saludar a la Virgen. 
  Una de las niñas mayores, Ana Mary, me cogió por los hombros y me guió hasta arriba. Entonces me susurró: "Pídele a la Virgen que sea tu madre". Yo era la única niña del internado que no tenía madre. Me había quedado huérfana a los siete años. 
  Hice lo que Ana Mary me sugirió, pero en mi interior no me conformaba con tener solo una madre en el cielo, así que, pensando que a la Virgen no le sería nada imposible, le pedí que pudiese encontrar a mi madre aquí en la tierra, pero no se lo dije a nadie, era un secreto. Y cuando bajamos a reunirnos con las otras niñas, estaban todas sentadas en corros, en la yerba del lugar, dispuestas a comerse la merienda.
  En uno de los corros estaba la Madre Magdalena, que me miró sonriente, me llamó por mi nombre y me invitó a sentarme a su lado. Pero a mí me entraban repentes de rebeldía y no quise sentarme exactamente donde ella me proponía. Me senté un poco alejada, en el mismo corro.

 Mi padre me venía a buscar por vacaciones
  
  —¿Sabes? Mi padre siempre me venía a buscar por vacaciones. Para ello tenía que recorrer 700 km de ida, otros tantos de vuelta y otra vez 1400 km para llevarme de nuevo al colegio al finalizar las vacaciones.
  —Son muchos kilómetros, desde luego.
  —Sí. Un año no vino a buscarme por Navidad, no sé por qué.
  —¿Y te quedaste en el colegio sola durante todas las vacaciones?
  —Sí, yo sola con las monjas.
  —¿No te aburriste mucho?
  —Casi todo el rato estaba con la Madre Magdalena, que era mi tutora. Me encargaba pequeños quehaceres. Por ejemplo, me preguntó si quería ayudarla a poner las notas trimestrales en los boletines de las niñas.
  —¿Qué boletines?
  —Eran unos cuadernitos con tapas negras. Cada niña tenía el suyo y en él se apuntaban las notas de las distintas materias, como Matemáticas, Ciencias, Historia, Geografía, Lengua, Francés, Labores, Religión, Educación Física (o sea, Gimnasia). También se apuntaba allí si el comportamiento y la aplicación habían sido buenos.
  —¿La aplicación?
  —Quiere decir si la niña se había aplicado mucho o poco en los estudios, si había trabajado. Y luego los boletines se enviaban a los padres. Bueno, pues la Madre Magdalena me propuso que la ayudara a pasar las notas. Yo tenía buena letra. Siempre había intentado imitar la suya, que era muy regular y constante, cursiva, ligada. Esto era obligatorio, todas teníamos que aprender a escribir de la misma manera. La llamaban "letra de compañía" o "letra inglesa". Y teníamos cuadernos para aprender a hacer caligrafía. 
  Entonces la Madre se sentaba en su mesa de trabajo y yo en un pupitre, y ella me daba un montoncito de boletines y la lista de notas que debía pasar a limpio. Yo me esmeraba en hacerlo muy bien, sin equivocarme. Escribíamos con pluma y tintero y a veces podían caer borrones de tinta. Y cuando terminábamos de escribir una página había que usar el secante para que la tinta no se corriera. A mí me gustaba ladear la cabeza mientras escribía para poder ver cómo se reflejaba la luz en la tinta aún mojada.
  —¿Cuánto tiempo estuviste en el internado?
  —Cuatro años. Un día vi que unas niñas tenían una estampa con una oración escrita detrás. Se llamaba "oración de la confianza". La había escrito la Madre Magdalena. Y le pedí que me la escribiera a mí también. Así que tuve mi estampa del Sagrado Corazón, con unos versos escritos de su puño y letra, aquella letra que admiraba tanto y que intentaba imitar. Decía así:
     Oh corazón de amor
     En vos pongo toda mi confianza
     Pues todo lo temo de mi fragilidad
     Mas todo lo espero de vuestra bondad
     A vuestro corazón confío (... esta alma, esta pena, este trabajo...) 
     Mirad y haced lo que vuestro corazón os diga
     Dejad obrar a vuestro corazón
     Yo me fío de vos
     Yo me entrego a vos
     Yo estoy segura de vos
     Yo no tengo a nadie más que a vos
¿A que te suena?
  —Sí...
  —Es que, antes de salir de la gran ciudad, la rezamos juntos. Es una especie de consagración. Al cabo de poco tiempo, mi padre me anunció que iba a casarse con una chica de 25 años. Yo tenía 13 y él 42. Se llamaba Salomé y había estudiado Historia del Arte en la Universidad de Barcelona. Se lo expliqué a la Madre Magdalena, y ella me dijo: "Cuando yo estudiaba en la Universidad, ya de monja, tuve una compañera de clase que se llamaba igual; era pelirroja". Y, efectivamente, Salomé y ella habían asistido a clases comunes en la Facultad de Letras.
  —¡Qué casualidad! ¿Y cómo conoció tu padre a Salomé? Porque si él vivía en Lisboa y ella en Cataluña...
  —Fue a raíz de un viaje de negocios que hizo mi padre a Barcelona. Aprovechó la ocasión para ir a visitar a su familia en un pueblo de Gerona, y ahí, en ese mismo pueblo estaba Salomé pasando unos días en casa de una amiga.
  —Cuando se casaron, ¿dejaste el internado?
  —Sí, nos fuimos a vivir a Madrid. Me pusieron como mediopensionista en las mismas monjas que en Valladolid, las teresianas.
  —¿Cuándo volviste a ver a la Madre Magdalena?
  —Al cabo de tres años la trasladaron a Madrid, al colegio Jesús Maestro, y yo la iba a ver de vez en cuando. Me matriculé en la Facultad de Ciencias. Y cuando estaba en cuarto de carrera, mi padre se puso enfermo y murió. Esos días también fui a ver a la Madre Magdalena. Después me casé y fui a vivir a Gerona. Naciste tú. Todavía eras muy pequeñito cuando perdí la fe. Dejé de creer, todas mis creencias se esfumaron como el humo. Y tampoco te transmití ninguna clase de creencia religiosa. La Madre Magdalena, durante ese período, estuvo destinada a un colegio de Roma, donde era superiora. Lo extraño es que yo la escribía con mucha frecuencia, cartas muy largas, en catalán. Entonces hacía muchas faltas de ortografía en catalán, y ella supongo que se reiría de mí, porque el catalán era su especialidad. Pero nunca me lo dijo.
  —¿Y todavía está en Roma?
  —No, hace poco volvió a España. Estuvo un tiempo en Barcelona. No fui a verla a pesar de que estábamos cerca. Y ahora está en Tortosa. Es profesora de Latín, Griego y Catalán.
  —¿Le has dicho que nos hemos ido, que lo hemos dejado todo?
  —Sí, se lo dije. Primero le expliqué mi proceso de acercamiento a la fe y el tuyo, para que lo entendiera.
  —¿Cómo reaccionó?
  —Estaba contenta por un lado y un poco preocupada por otro. Me aconsejó que lo consultásemos con un sacerdote, que no tomásemos decisiones tan drásticas nosotros solos.
  —Ja, ja, ja... 
  —Pobre monja, la habremos escandalizado...
  —Di que ha estado siempre presente en tu vida, ¿eh?
  —Sí, ha sido mi testigo, mi cómplice, mi consejera, mi amiga de siempre...
  —Ha sido como una madre para ti.
  —Es verdad. Asegura que todos los días se acuerda de rezar por mí. Y por ti también, y por el papá.
  —¿En serio? ¿Todos los días?
  —Eso dice. Imagínate, con la de alumnas que habrá tenido en su vida, ¿cómo puede ser que se acuerde de mí en especial? Y además, estarán las otras monjas, sus hermanas religiosas, y estará su familia. ¿De dónde sacará tiempo para acordarse de nosotros todos los días? Creo que ella me quiere más a mí que yo a ella. Yo no me acuerdo de ella todos los días, solo de vez en cuando.
  —¿Dices que está en Tortosa? ¿Quieres que vayamos a verla? Podemos ir hacia allá.
  —Nunca hemos estado en esa parte de Cataluña, no conocemos la zona.
  —¡Mejor! Así descubrimos cosas nuevas.
  —Te gustaría, ¿eh? Está completamente al sur, lindando con Castellón. Tendríamos que pasar por Tarragona... Bueno, pues decidido, ¡nos vamos a Tortosa!

     Domingo, 15 de agosto

El domingo llegaron a Barbastro

     Lunes, 16 de agosto

El lunes hicieron noche en Binéfar

El martes, 17 de agosto, por la tarde, entraron en Cataluña, dejando atrás Aragón. El primer pueblo catalán se llamaba Almacelles.
    
Siguieron caminando hasta Lérida, adonde llegaron al anochecer.
Desde que salieran de Huesca, el sábado, habían recorrido 120 kilómetros a pie, con una media de 30 km por día.

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