Viernes, 23 de julio de 1982
Se pusieron a caminar muy temprano, como tenían por costumbre. Pronto llegaron a un cruce en el que nacía la carretera para entrar en Francia. La aduana española estaba situada muy cerca del cruce. Los guardias les pidieron los documentos.
Col du Portillon
Además del DNI, tuvieron que mostrar el pasaporte, que estaba a nombre de la mujer. El chico era menor y figuraba en el pasaporte de su madre. En el pasado habían viajado a Francia, Suiza y Alemania, invitados por amigos. Dentro de dos meses, el chico cumpliría 18 años y necesitaría un pasaporte a su nombre. En esa época todavía no se podía pasar la frontera sin pasaporte.
En respuesta a las preguntas de los guardias, dijeron que no llevaban nada de valor, ni siquiera dinero. Los guardias se mostraron preocupados. Ellos no tenían ningún inconveniente en dejarles cruzar la frontera española, pero no estaban tan seguros de lo que harían los franceses. Aconsejaron a los caminantes que, si no se les preguntaba explícitamente, no declarasen que viajaban sin dinero.
Durante la ascensión al puerto que separaba los dos países, el chico y la mujer caminaban algo preocupados por lo que sucedería en la aduana francesa, situada en el punto más alto de la carretera. Vieron la aduana desde lejos.
Los guardias franceses habían parado un coche. El maletero estaba abierto y los guardias registraban, muy atentos, lo que había dentro. Con el corazón latiendo desacompasadamente, los caminantes siguieron andando al mismo ritmo sosegado, por la acera contraria a donde estaba estacionado el coche. Nadie les prestó atención, pasaron la frontera de largo e iniciaron el descenso. Habían entrado en Francia.
Se sentían eufóricos. El paisaje era precioso. Grandes abetos decoraban las laderas de la montaña. Fuentes a pie de carretera. Hierba verde y helechos a los lados de la calzada. La mujer se descalzó para aliviar el dolor que le producían las grietas formadas por la sequedad en los talones. Con la humedad de la hierba que bordeaba la calzada, la piel se reblandecía y el dolor se mitigaba.
La multitud de curvas alargaba el camino. Descubrieron atajos por el interior del bosque, que permitían ahorrarse las curvas. El chico, con su juventud, se lanzaba por los atajos y llegaba volando al siguiente tramo de carretera. La mujer, para no ser menos, se aventuraba también por los empinados senderos, resbalaba y se deslizaba sentada por ellos, como en un tobogán.
Liberta Venus
ReplyDeleteOpera Venus
Liberta Femina
Liberta Venus
Domina Venus
Flamifera
Non Refero Statuo Est Statio
Liberta Venus
Opera Venus
Liberta Femina
Free me
feel my pain
let me know
let it go
Heal me
it's not in vain
let me see the light
and fly away