Deja que suene esta música mientras lees el texto (clica el enlace): Sinfoni Deo - Era
Lance Valante
Sinfoni Deo Dia
Pare Dirella
Senso Maria
Until we can walk on free land
Until we can choose who to love
Until we can dance on water
You hold our hands together
Viernes, 23 de julio de 1982, por la tardeSinfoni Deo Dia
Pare Dirella
Senso Maria
Until we can walk on free land
Until we can choose who to love
Until we can dance on water
You hold our hands together
El acercamiento de la mujer a la fe se produjo muy lentamente, por etapas, y siempre siguiendo las indicaciones de sus amigos, sin que ella se percatara, como quien sube los peldaños de una escalera. Ella era muy sensible a la afectividad, hacía demasiado caso de las personas a las que admiraba.
Uno de los últimos peldaños que subió fue en 1981, cuando se hizo amiga de un hombre menor que ella, alemán, a quien nunca había visto y que estaba en la cárcel por vender droga. Según él, no la vendía, tan solo la consumía. Le habían detenido cuando intentaba pasar a Marruecos. Le condenaron a dos años en una cárcel del norte de España. Se llamaba Akim.
Se escribían largas cartas, casi a diario. El hombre se expresaba en alemán, a petición de ella, que deseaba aprender el idioma. La mujer le contestaba en inglés al principio, pero poco a poco fue pasando al alemán.
Akim le explicaba cosas de la cárcel, le describía la celda, el frío que pasaban en invierno, saliendo al patio tanto si hacía bueno como si estaba lloviendo.
Un día le pidió dinero para comprarse una guitarra eléctrica, tipo John McLaughlin, de quien los dos eran fans. Era una guitarra de segunda mano. Ella le envió el dinero gustosa.
Lo extraño del caso es que Akim era muy espiritual y religioso. Hablaba muchísimo de Jesús en sus cartas y citaba los evangelios continuamente. La mujer, que era agnóstica desde hacía largo tiempo, se compró un Nuevo Testamento en alemán para estar a su altura y poder conversar con él. No había carta en la que no citaran palabras de la sagrada escritura.
También se intercambiaron fotos. Akim era rubio, ojos azules, mandíbula cuadrada, muy guapo. El hombre, un poco poeta, se comparaba a un cometa que entra en la órbita de un astro, interacciona con él y vuelve a salir, libre, hacia el espacio, hasta encontrar otro cuerpo celeste... Esa era la imagen que se había formado de él.
Cuando faltaba relativamente poco para salir de la cárcel, Akim tenía sus planes, y entre ellos figuraba el de visitar a la mujer. Incluso empezó a enviarle cartas eróticas.
La mujer se decía: "¡Solo me faltaba tener sexo por correspondencia!". La perspectiva de encontrarse con él la aterraba, pues no le apetecía nada que Akim se metiera en su casa y menos en su cama.
Lo que sucedió es que, en sus discusiones sobre los textos sagrados, la mujer se refirió a Jesús como Dios Hijo. Akim la corrigió enseguida, diciéndole que por mucho que él le apreciara, Jesús no era más que un hombre, como Mahoma o cualquier otro profeta.
Ahí empezaron las divergencias, pues la mujer, de tanto leer el texto sagrado, de tanto hablar de Jesús, acabó creyendo en él casi sin darse cuenta, y así se lo dijo al hombre.
Entonces Akim recordó a la mujer la fábula del cometa, diciéndole que acababa de salir de su órbita tal como había entrado y que surcaría libre los espacios siderales hasta encontrar otro astro.
La mujer sintió una honda pena al constatar, una vez más, lo efímera que es la amistad, vertió amargas lágrimas, pero también respiró con alivio, pues ya no tendría que encontrarse cara a cara con él.
Y así fue cómo la mujer volvió a creer. Akim, sin pretenderlo, había encendido en la mujer la llama de la fe, igual que un cometa deja un rastro de partículas encendidas a su paso por la atmósfera de la tierra.
* * * * *
Los caminantes se acercaban ya al primer pueblo francés, Bagnères de Luchon.
Ambos conocían bien el francés y estaban deseosos de practicarlo. Llegaron justo a tiempo de asistir a misa.
Ambos conocían bien el francés y estaban deseosos de practicarlo. Llegaron justo a tiempo de asistir a misa.
Después fueron al encuentro del sacerdote y le preguntaron si podía acogerles para pasar la noche.
—Hoy no puedo atenderos como quisiera, pues tengo una reunión a las ocho y media. Podéis dormir en el garaje. Pero ahora venid conmigo, estaréis hambrientos, ¿no?
Les hizo entrar en la rectoría. Había un enorme patio con una parte de huerto. Les enseñó los tomates, las lechugas y los rabanitos que cultivaba. En un rincón había una estatua de la Virgen de Lourdes, rodeada de flores. También vieron una mesa de madera grande y alargada, con bancos a ambos lados, en un extremo del patio.
El sacerdote les pidió que le ayudaran a poner la mesa. Abrió la nevera, muy bien surtida, y les fue dando cantidad de manjares que en ella se guardaban. Calentó una sopa. Sacó agua, pan y vino. Les invitó a sentarse a la mesa.
Les animó a coger todo lo que quisieran. Ellos, que casi habían olvidado lo que era comer caliente, se sirvieron la sopa. El sacerdote les miraba sin probar bocado.
Finalmente, consultó la hora en su reloj de pulsera y exclamó:
—Tengo que irme..., pero antes os enseño la habitación en la que dormiréis.
—¿No nos había dicho que dormiríamos en el garaje?
—Sí, pero después de haberos observado, creo que me puedo fiar de vosotros y os dejaré solos en casa. Venid a ver la habitación. Luego volvéis a la mesa a terminar de cenar.
Les llevó a una gran estancia confortablemente amueblada y les mostró dónde estaba el cuarto de baño. Se despidió de ellos, deseándoles buenas noches. Ya se verían por la mañana, para desayunar.
Los caminantes no podían creer en su buena suerte. ¡Qué hospitalidad la de aquel hombre! Había una tarta buenísima de postre. Tuvieron que esforzarse para no terminársela toda.
Acabada la cena, guardaron las sobras en la nevera, lavaron los platos y lo dejaron todo limpio y ordenado. Se sentían inmensamente conmovidos por la confianza depositada en ellos.
Habían recorrido unos 20 km desde que salieran de Bossòst por la mañana de ese viernes.
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